MAGDALENA.– La Unidad Penal N° 8, de esta ciudad, tuvo ayer el más grave motín de su historia y la mayor tragedia carcelaria de la Argentina en los últimos 15 años, con 32 muertos, todos ellos presos. Diez personas sufrieron heridas –seis de ellas son reclusos y cuatro, del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB)–, según informó el ministro de Justicia de la provincia, Eduardo Di Rocco.

Agregó que el jefe de la Guardia de Seguridad Exterior del penal, Cristian Núñez, fue atacado a palazos en la cabeza y su estado es muy grave. Está internado en el Hospital Italiano de La Plata.

La revuelta empezó poco antes de las 23 de anteanoche en el pabellón N° 16, de autodisciplina –los reclusos con mejor conducta–, donde estaban alojados unos 60 jóvenes, todos presos primarios, es decir, que nunca antes habían estado en una cárcel.

Según la versión de los hechos que dio el gobierno bonaerense, el motivo de la revuelta fue un conflicto de poderes por el dominio del pabellón. Al producirse un enfrentamiento entre los propios reclusos, las autoridades decidieron trasladar a algunos a otro sector del penal, lo que motivó –siempre de acuerdo con la explicación oficial– una protesta con quema de colchones y frazadas. Al no poder ser sofocadas las llamas de inmediato, 32 reclusos murieron por asfixia.

Algunos familiares de detenidos denunciaron que la causa fue otra: dijeron que las autoridades del penal apagaron la luz a las 22 y no les permitieron a los reclusos terminar de hacer los preparativos para recibir a las madres, en su día.

“Los pibes nos estaban preparando cosas a nosotras por el Día de la Madre. Regalos, comida, esas cosas... Y el jefe del penal les mandó cortar la luz. Será que no tiene madre. Entonces los pibes reclamaron”, dijo Nina, la madre de un preso, a LA NACION. Otra mujer que estaba a su lado asentía.

Esta versión fue negada por Di Rocco, quien sostuvo que en ese pabellón los internos deciden cuándo apagar la luz. Se mostró sorprendido porque los presos de ese pabellón no suelen ser pendencieros.

Pero ocurrió. Es que, bajo la superficie, las cosas estaban cambiando en Magdalena, confió a LA NACION un empleado del SPB que trabaja en esa unidad y que tiene contactos fluidos con los presos.

"Hace tiempo que había malestar, por el hacinamiento, la falta de comida y el trato de los guardias con los internos", dijo la fuente. De todas formas, agregó, no hubiera imaginado un hecho como éste. Es que no hay registros de un motín con tantos muertos desde el 6 de mayo de 1990; ese día, 33 presos fallecieron cuando se incendió el quinto piso de la cárcel de Olmos, también durante un amotinamiento.

"Gresca descomunal", dijo Di Rocco, el titular del área de Justicia: "Estamos profundamente conmovidos por este brote de violencia que se originó en el pabellón N° 16. Les estamos tomando declaración a los sobrevivientes. Sabemos que hubo una fuerte pelea. Nos llama la atención esta gresca descomunal. No había allí presos peligrosos".

Pese a estas palabras oficiales, en el gobierno provincial no hay certezas sobre lo que sucedió allí adentro, dijeron a LA NACION varias fuentes del Poder Ejecutivo. De hecho, la causa de las muertes y las lesiones fue el monóxido de carbono que emanaron los colchones durante la conflagración.

Las autoridades penitenciarias dijeron ayer que ningún preso tenía lesiones de armas blancas. Más tarde lo ratificaría Di Rocco en una conferencia de prensa. Mencionaría, sí, una pista que fortalece la hipótesis de la pelea interna, además de las declaraciones de presos y guardias. Tres de los muertos tenían fajas en el tronco. Los presos suelen protegerse así antes de una pelea.


FUEGO

Lo cierto es que los presos decidieron quemar colchones. Muchos colchones. Y el monóxido de carbono llenó el aire del pabellón. Ese fue el principio del caos, según Di Rocco.

Afuera ya había familiares de detenidos. Los parientes suelen llegar las noches anteriores a los días de visita para obtener los primeros números y entrar más rápido en la cárcel.

Primero oyeron los gritos, que provenían del pabellón; después vieron un resplandor naranja y humo; finalmente, las lenguas de fuego sobre las tejas, detrás del muro perimetral.

"La guardia, al concentrarse en el pabellón 16, descuidó otras áreas del penal", dijo el ministro de Justicia. Eran las 23.30 cuando se cometió este error estratégico. Los guardias empezaron a sacar cuerpos de heridos y de muertos y a colocarlos en un playón que está en el frente de la cárcel.

Cuando se contaron 32 cadáveres, se concluyó que tampoco había sido efectiva la asistencia en ese pabellón. Por eso se inició una investigación interna, además de la judicial, que cayó en manos del fiscal Sergio Delucis y la jueza Marcela Garmendia.

Los presos no tardaron en dominar el presidio. Entre la medianoche y la 1 de ayer, rompieron paredes y ganaron los talleres. Iniciaron otros fuegos y a la 1.30 ya tenían el control absoluto de la cárcel. Media hora después, el jefe de Seguridad, Núñez, entró para iniciar una negociación. Le quitaron la escopeta, descargada, y lo golpearon en la cabeza.

Así transcurrió la noche. Los controles habían fallado adentro y también afuera. Los familiares habían atravesado barredas y accedido al playón donde estaban los cuerpos tiznados y yacentes.

Por la mañana, los instructores judiciales y el subsecretario de Políticas Penitenciarias, Carlos Rotundo, lograron convencer a los amotinados de que entregaran el penal. Eso ocurrió a las 10.30. Por la tarde, en la morgue judicial, se harían los reconocimientos de los 32 cadáveres.